- hijadelasoledad
El infierno llega a El Borrao
El sueƱo que estƔ invadiendo todo el pueblo

Desde hace mÔs de una semana, todos, y cuando digo todos, hablo de absolutamente TODOS, hemos estado teniendo la misma pesadilla noche tras noche, pero ¿qué significa?
Desde una boca de metro, un murmullo nos llega de las profundidades de la tierra. āQuĆ© raro, jurarĆa que El Borrao jamĆ”s ha tenido metro. Este alcalde nuestro cada vez tiene ideas mĆ”s peregrinasā.
AcompaƱados por el tintineo de unas campanillas y el ritmo medieval de una flauta, bajamos por unas escaleras hasta llegar a un inmenso hall con mosaicos en las paredes, en el suelo, Ā”en el techo! āEstĆ”n por todas partes. Son como salpicaduras. Como si hubieran metido una trucha en el bote de pintura y la hubieran dejado ahĆ chapoteando sobre las paredesā.
El murmullo se acentĆŗa, pero no hay nadie mĆ”s allĆ abajo. EstĆ”s solo entre aquel coro de voces ajenas, ininteligibles, lastimeras⦠y comienzas a preguntarte: āĀæSerĆ”n las caƱerĆas? ĀæPuede que fantasmas? o, quizĆ” estĆ© escuchando mi propio pensamientoā.
De pronto, un terremoto, el suelo comienza a vibrar tan rÔpido que el cosquilleo que te provoca en la planta de los pies duele. Duele mucho. Es insoportable. Saltas tratando de mitigar la tortura, pero cuando la vibración cesa, tus pies se quedan anclados a los mosaicos que se transforman en escaleras mecÔnicas. Comienza el descenso, pero ¿a dónde?
āPiensas que vas a morir. Que cuando llegues al fondo todo se apagarĆ”. El cerebro se apagarĆ”. Mi corazón latĆa rapidĆsimo y lo mĆ”s asfixiante es que las paredes me devolvĆan mi propia respiración. Es como si estuviera dentro de mi misma. De mis pulmones. Como bajando por la trĆ”quea hasta llegar a⦠unas vĆas. Filas y Filas de serpenteantes carriles. VacĆos. Abarcando un espacio infinitoā ā describĆa una de las vĆctimas de la pesadilla.
Al alcanzar el fondo, tus pies se liberan, pero pronto te das cuenta de que las vĆas no existen. Son espejos reflejando la imagen de una fotografĆa colocada sobre una pared. Un trampantojo eterno en un espacio estrechĆsimo en el que apenas cabĆ©is tĆŗ, un banco y el seƱor que estĆ” sentado en Ć©l. Un hombre muy delgado con una boina roja en la cabeza y otra negra en su regazo. El humo de su pipa te susurra invitĆ”ndote a sentarte junto a Ć©l.
- Buenas noches, ¿No sabrÔ usted por casualidad dónde estamos?
- ¿Estamos? Yo no estoy, tan sólo soy y tú también.
- ¿Y qué somos?
- Mira a tu alrededor. ¿Qué ves?
- Nuestros reflejos.
- ¿Qué te hace pensar que no eres tú el reflejo? QuizÔ⦠ni siquiera exista tal cosa.
Se gira hacia ti y os mirÔis, por primera vez. A pesar de la extrema delgadez de su cara, su sonrisa es relajada, sincera, tranquilizadora⦠imperturbable. De pronto te das cuenta, el murmullo ha cesado. Impera ahora el silencio.
Al otro lado de los ¿espejos? la existencia se independiza mÔs allÔ de tu voluntad de carne y hueso. Unas risillas alegres resuenan anÔrquicas en las paredes. Sin origen. Sin dirección. Agudas y punzantes penetrando hasta desordenar tus pensamientos.
- ĀæEstĆ”s aquĆ, papaĆto?
Dos infantes sin gĆ©nero, disfrazados de hadas con patines de cuatro ruedas, cruzan los espejos hasta llegar a vosotros tocando un acordeón y un violĆn. āAhĆ es cuando te cagas. Mira que no tendrĆ”n mĆ”s de 8 o 9 aƱos, pero⦠terrorĆficos esos ojos, esas sonrisas de diablillos⦠esos rabos que Ā”ojo! no los ves, pero se intuyen. Sabes que estĆ”nā. El hombre vuelve a mirar hacia adelante. Primero desaparecen sus reflejos y despuĆ©s Ć©l. Tan sólo queda la boina negra que apoyaba en su regazo. La coges, no sabes porquĆ© pero lo haces. Te la pones.
- ”PapÔ!
Te abrazan como si te conocieran. Lloran, y las lĆ”grimas salen del suelo, trepando por tu cuerpo hasta alcanzar los ojos y adentrarse en ellos. Quema. LejĆa. Azufre. Te arrancarĆas los ojos para huir del dolor.
- Papaito, malo. ĀæTe estabas escondiendo?
De nuevo, el murmullo ininteligible y lastimero. Abres los ojos para ver que has vuelto al hall de los mosaicos. No puedes moverte. EstĆ”s enterrado en ellos. Ćnicamente tu cabeza sobresale. Arriba y abajo no existen.
Ā”De pronto! A escasos centĆmetros de tu cara, otra cara que te observa. No tiene pĆ”rpados ni labios. EstĆ” casi seca, pero viva. Parece que quiere hablarte, pero de su boca no salen mĆ”s que lamentos que se entremezclan con los de millones de cabezas que conforman esos mosaicos salpicados. El murmullo. Eres tĆŗ.
āJoder, te das cuenta de que todas esas cabezas son tuyas y que estaban ahĆ antes de que llegarĆ”s tĆŗ. Entonces⦠¿quiĆ©n eres? Āæy ellos?ā ā balbuceaba otro de nuestros vecinos.
Por ahora, nadie sabe quién o⦠qué estÔ jugando con nuestros sueños, pero los casos de insomnio han incrementado en un 35%.
āNo es por la pesadilla en sĆ, es que ya aburre. Todas las noches lo mismo y venga⦠dale que te pego con el maldito metro. Dormir es como protagonizar una pelĆcula. Si te ponen la misma todo el rato pues al final te aburres. Lo Ćŗnico que pedimos es que cambie de pesadilla porque el infierno ya lo tenemos mu vistoā ā declaraba el alcalde, en exclusiva para este periódico.