Álvaro Valmorisco
La semilla del mal
Nos adentramos en la historia tras la muerte del pequeño Fernando Manso, fallecido la semana pasada en extrañas circunstancias tras ingerir una sandía en mal estado
Una abatida Marta Rodríguez, madre de Fernando Manso, nos contaba cómo, hace cosa de un par de semanas, disfrutaban ella y su familia de una fresca y deliciosa sandía de postre, durante una tarde de paella y piscina. Una sandía, proveniente del mercado de los domingos del pueblo, que les cambiaría la vida para siempre. Marta recuerda cómo hace tiempo las sandías venían repletas de semillas que algunos quitaban por miedo a tragárselas y otros no tenían más remedio que ingerirlas a cada bocado, en ocasiones obligados por los propios padres que aseguraban, no pasaba absolutamente nada. Fue el caso de Fernando Manso Rodríguez, quien se topó con una única semilla en su rodaja de esa roja y genéticamente modificada sandía. Acostumbrado a que su madre le hiciera aguantarse comiendo las semillas, se la tragó sin darle mayor importancia. Total, solo era una semilla que se les habría escapado por error.
Una semana más tarde Fernando empezó a notar que no se encontraba del todo bien. Comenzó a sentirse más cansado de lo habitual y con mucho más apetito, en especial por los helados de fresa. Su madre nos cuenta cómo, en un principio, tanto ella como sus otras dos hijas bromeaban llamándole embarazada por cómo se le antojaban helados de fresa a cualquier hora del día. Sin embargo, El cansancio y el hambre no fueron los únicos síntomas. Fernando demostraba ser más sensible que de costumbre. Se emocionaba hasta al ver anuncios de televisión, afirmaba Marta, y a nada que alguien llorara o contara algo medianamente triste, Fernando se conmovía y se ponía a llorar desconsolado como una magdalena.
"Es que no me digas que no era para llamarle embarazada..."
Los síntomas no hicieron más que acentuarse y, en una primera visita al pediatra, este explicó que no había nada raro al tratarse de un niño de doce años a punto de adentrarse en la pubertad. Ésta, informó, traería muchos más cambios a parte de esta alteración del ánimo y el apetito. Le saldría pelo donde antes no lo había tenido y probablemente le aparecerían granos aquí y allá, todo fruto de las hormonas que producía ahora su cuerpo.
Poco después, Fernando empezó a ver esos cambios que recitaba el doctor. Granos indeseables en toda la cara, pelo en las axilas y entrepierna, y hasta un par de pelillos por encima del labios que comenzaban a dibujarse como un cómico bigotillo preadolescente. Pero con esos cambios aparecieron los dolores de tripa. Debían ser inaguantables pues, por muy cansado que estuviera al final del día, Fernando no era capaz de conciliar el sueño. Sus padres pensaron que se trataba de algo normal, como les había dicho el pediatra, pero un día notaron que su abdomen había crecido considerablemente. Lo normal a estas edades es que esas hormonas que describía el pediatra hagan de las suyas y afecten incluso al peso de los adolescentes pero, lo raro era que solo su tripa había crecido. Como si estuviera, bromas a parte, embarazado de varios meses.
Pasaron un par de días y la hinchazón, lejos de amainar, no había hecho más que aumentar notablemente, acompañada por altas fiebres de madrugada. Cuando llegaron al hospital, los médicos echaron a un lado al pediatra e ingresaron a Fernando directamente en quirófano. Tras unas horas de operación, a la cual el pobre Fernando no logró sobrevivir, los cirujanos extrajeron de su cuerpo una enorme y saludable sandía. Ni los padres ni los médicos lograron entender cómo algo así había logrado alojarse en el joven Fernando y mucho menos crecer de la manera en que lo había hecho. Lo que lo mató, parece ser, fueron las raíces de la tremenda fruta, cuyas ramificaciones le habían invadido todos los órganos vitales. Según los médicos, era demasiado tarde y en cuanto retiraron la sandía del sistema de Fernando, sus constantes vitales se aplanaron por completo y fue imposible reanimarle.
Más adelante, los médicos, acompañados por los forenses, decidieron realizar una autopsia al joven Fernando por si lograban encontrar una explicación a semejante fenómeno. No lograron hallar ninguna respuesta pero, cuando abrieron la sandía, en su interior solo había una pequeña y solitaria semilla.
