Álvaro Valmorisco
El olvidado Zoológico de El Borrao
Sí, has leído bien, El Borrao tuvo un Zoo y a continuación descubrirás por qué ya nadie habla de ello
La historia que gira en torno a este misterioso recinto, que llegó a existir de manera fugaz a mediados de la década de 1950, es cuanto menos difusa. Nos ha resultado increíblemente complicado encontrar datos exactos o artículos que arrojen luz sobre el asunto pero tras un arduo trabajo de investigación, nuestra redacción ha conseguido recopilar la escasa información que todavía perdura bajo la forma de ilustraciones, declaraciones y recortes de periódicos de la época.
Hablar del Zoo de El Borrao es hablar de Antonio Pierna: empresario de la época especializado en materiales de construcción, era un apasionado de los animales exóticos cuya pasión por la cacería le llevó a visitar a menudo las zonas más recónditas del continente africano. Tal era su fama, que se dice que hasta el mismísimo dictador, Francisco Franco, requirió su presencia como acompañante durante sus batidas en El Pardo.

Pero la caza no era suficiente para Antonio; siempre pensó, como descubrimos en uno de los pocos fragmentos que quedan de su diario, que los españoles tenían el mismo derecho a conocer a los animales que él descubría y ajusticiaba en sus viajes, así que tuvo la gran idea de fundar un zoológico: El Gran Zoológico de El Borrao. Planteado como una de las atracciones turísticas más celebres del país, Don Antonio se puso manos a la obra y terminó de construir el recinto en menos de tres meses. Tal fue el entusiasmo, que la prensa se hacía eco de la noticia, anunciando su inauguración, semanas antes de finalizar su construcción. Pero claro, aún faltaban los animales.
Antonio tenía muchos contactos en África gracias a su larga trayectoria de viajes y expediciones, de modo que consiguió recopilar una variopinta colección de animales con los que poblar su grandioso zoo: jirafas, elefantes, leones, avestruces… Formarían el elenco de lo que pretendía fuera su gran obra maestra. Con las instalaciones terminadas, el personal contratado y a semanas de inaugurar, el equipo encargado de su adquisición y traslado se movilizó rumbo a África. Desgraciadamente nunca volverían a pisar puerto español. En su viaje de vuelta, el majestuoso carguero fue azotado por una terrible tormenta y naufragó sin dejar supervivientes.
La crisis llegó a El Borrao; todo indicaba que Antonio había perdido -junto con varios cientos de miles de pesetas- la oportunidad de cumplir su ambicioso sueño. La inauguración era imposible sin animales que exponer... Pero para sorpresa de todos, El Gran Zoológico de El Borrao abrió sus puertas en la fecha señalada tal y como se había anunciado. Eso sí, de una manera totalmente inesperada.
Los primeros curiosos que se adentraron en el zoo, lo hicieron con la esperanza de que, quizá por arte de magia, Antonio hubiera conseguido traer animales que exhibir en sus recintos en tiempo récord. No fue así, aunque el empresario tenía un as guardado en la manga que nadie se esperaba.
Sin animales, con los contratos firmados y las obras terminadas, todo indicaba que Antonio iba a tener que echar a mucha gente a la calle. Sin embargo, el empresario y cazador tuvo una idea audaz: de algún sitio tenía que sacar dinero, así que decidió que los cuidadores, animadores y demás personal del parque se disfrazaran de animales y actuaran como tal en sus respectivos espacios.

Así lo ordenó Don Antonio y así se hizo: decenas de disfraces fueron elaborados para que los empleados del zoo se hicieran pasar por animales procedentes de toda África.
Desde luego parecía la obra de un loco, pero contra todo pronóstico grupos de curiosos comenzaron a llenar el Zoológico con la intención de contemplar al personal disfrazado. La afluencia de visitantes fue masiva; al principio empujados por la novedad y la curiosidad, más adelante atraídos por la burla y la propia decadencia del lugar. Sin embargo, como sucede con todo, el zoológico y sus peculiares "animales" acabaron pasando de moda.
El cierre de la casa de fieras se daba por sentado, cuando sucedió algo inusual: Antonio anunció a sus empleados que las arcas estaban vacías y el zoo cerraba sus puertas, pero los trabajadores, por sorprendente que parezca, no volvieron a sus casas y a sus vidas de inmediato; todos ellos permanecieron en el lugar varios meses después del cierre oficial, viviendo y alimentándose como los animales que eran.
Hubo varios intentos infructuosos por parte de la policía de desalojar a los "animales" , hasta que se hizo obvio que era una tarea imposible sacar a los empleados de ahí: totalmente rendidos a su faceta salvaje, los antiguos trabajadores del zoo se habían apropiado del lugar y atacaban ferozmente a todo el que invadía su territorio. El caso fue archivado, pero el misterio no abandonó el antiguo Zoológico de inmediato: se documentaron varias desapariciones de jóvenes, que se retaban a cruzar sus muros, colonizados por la indomable naturaleza producto del abandono continuado.
Al final, las autoridades optaron por precintar el lugar, corriendo un tupido velo sobre el asunto, algo muy común por aquel entonces. Los años pasaron y todo fue quedando en el olvido hasta que ya ni siquiera se conoce exactamente dónde se encontraba el misterioso zoo o qué fue de Antonio, su creador. Tampoco animamos a nadie a que vaya en su busca porque…
Quién sabe si todavía queda alguien o algo vivo entre sus muros.
